jueves, 11 de febrero de 2016

El cuarto elemento, de Jorge Luis Borges

El dios a quien un hombre de la estirpe de Atreo
Apresó en una playa que el bochorno lacera
Se convirtió en león, en dragón, en pantera
En un árbol y en agua. Porque el agua es Proteo.

Es la nube, la irrecordable nube, es la gloria
Del ocaso que ahonda, rojo, los arrabales
Es el Maelström que tejen los vórtices glaciales
Y la lágrima inútil que doy a tu memoria.

Fue, en la cosmogonía, el origen secreto
De la tierra que nutre, del fuego que devora
De los dioses que rigen el poniente y la aurora.
(Así lo afirman Séneca y Tales de Mileto).

El mar y la moviente montaña que destruye
A la nave de hierro sólo son tus anáforas,
Y el tiempo irreversible que nos hiere y que huye
Agua, no es otra cosa que una de tus metáforas.

Fuiste, bajo ruinosos vientos, el laberinto
Sin muros ni ventana, cuyos caminos grises
Largamente desviaron al anhelado Ulises
De la Muerte segura y el Azar indistinto.

Brillas como las crueles hojas de los alfanjes
Hospedas, como el sueño, monstruos y pesadillas.
Los lenguajes del hombre te agregan maravillas
Y tu fuga se llama el Eúfrates o el Ganges.

(Afirman que es sagrada el agua del postrero
Pero como los mares urden oscuros canjes
Y el planeta es poroso, también es verdadero
Afirmar que todo hombre se ha bañado en el Ganges).

De Quincey, en el tumulto de los sueños, ha visto
Empredarse tu océano de rostros, de naciones
Has aplacado el ansia de las generaciones
Has lavado la carne de mi padre y de Cristo.

Agua, te lo suplico. Por este soñoliento
Nudo de numerosas palabras que te digo
Acuérdate de Borges, tu nadador, tu amigo.
No faltes a mis labios en el postrer momento.

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